Microrrelato

El dragón que hay en ti

Cuando era pequeño sufría de una salud bastante enclenque. Enfermaba de manera casi continua, con resfriados, que terminaban en gripes y fiebres. Mi complexión natural era de por sí bastante débil y además con el hándicap de vivir apenas a seis calles del mar. Unas aguas realmente frías casi todo el año influidas por corrientes patagónicas bañaban nuestras costas.

Iba a la escuela caminando de muy buena mañana y aunque esta estuviera a tan solo tres calles de nuestra casa, el fresco mañanero hacía mella en mi diariamente. En una de aquellas ocasiones, yo estaba haciendo reposo en cama luego de unos seis o siete días de mocos y fiebres. Comencé a leer, o más bien a intentar memorizar la leyenda de San Jorge, bastante a mi pesar, a decir verdad. Era una lección que tenía que dar para conseguir una insignia nueva para los Boy Scouts.

En aquella época – no sé si aún continuará siendo igual – una de las ramas del escultismo, en Argentina, continuaba las enseñanzas de su fundador inglés, Baden Powell, y como San Jorge es patrono de Inglaterra, supongo que lo es también de los scouts del todo el mundo. Así que ahí estaba yo con casi 38 grados de fiebre intentando memorizar la leyenda del santo. Vale la pena añadir que mi poder de concentración en días normales sin altibajos tan extremos de temperatura corporal, era y aun lo sigue siendo, bastante precario – por no decir casi nulo -. Pero el relato la verdad que tenía gancho, y ante mi propia sorpresa me entusiasmó bastante, tanto que luego de releerlo varias veces me quedé completamente dormido con el libro entre mis brazos, sobre el pecho.

Esa noche tuve un sueño extrañísimo. Me soñé a mí mismo durmiendo,pero no en mi cama como estaba, sino en un prado muy verde rodeado de flores amarillas. Una brisa fresca con mínimas ráfagas cálidas se extendía por la superficie, removiendo las briznas de hierbas y las flores, pero dejando quietas las nubes gordas y blancas que flotaban tranquilas en lo alto del cielo celeste. Me vi a mi mismo allí recostado, envuelto en un sueño profundo, con una sonrisa insinuada en los labios, como quien sueña aquello que justamente estaba soñando. Sabía que era yo, porque simplemente lo sabía, pero no por reconocer mi imagen.

Al que observaba desde el aire era a uno completamente diferente a mí. Era mucho mayor de lo que yo era en aquel entonces, tendría ya unos veinticinco años más o menos, mi rostro era completamente diferente y mi cuerpo era más grande y fuerte. Pero lo que más me llamó la atención fue que al que veía se parecía muchísimo a la ilustración del San Jorge que figuraba en la portada de aquel libro, que recordaba haber estado leyendo antes de sucumbir al sueño.

Mi cuerpo estaba recostado sobre una larga capa roja que me envolvía por intervalos, motivada por las ráfagas cálidas del aire, mi cabeza estaba medianamente cubierta por un casco del color del oro, que dejaba libre mi rostro y parte de mi cabello que bailaba inquieto sobre mi frente serena. Pero lo que más me llamó la atención de aquella extraña visión fue mi pecho, cubierto por un peto que parecía resplandecer con cada movimiento del aire, sobre todo en el centro de él. Allí justo donde había quedado mi libro dormido.

Segundos pasaron y yo mismo mirándome, me acerqué aún más, observando atento mis párpados cerrados, percibiendo mi propia respiración, cuando de repente mi yo recostado abrió sus ojos y algo aún más curioso sucedió. Me fundí conmigo mismo. Encontrándome ahora despierto dentro del sueño, sentado en la hierba fresca, rodeado de las florecillas amarillas que salpicaban todo el prado inmenso. Miré extrañado mis piernas y mis manos, percibía en ellas una fuerza nueva, como una especie de energía que se desprendía alrededor.

Me sentía como nunca me había sentido. Con paz y alegría. Hasta que de repente un malestar invadió uno de mis antebrazos, un dolor intenso comenzó a desarrollarse cada vez más, una puntada aguda e insoportable le afectaba una y otra vez, como cuchillos que se clavaban intermitentemente en él. Me arremangué rápidamente la manga de una camisa delgada que me cubría y grité de horror al ver que gran parte del brazo estaba cubierto de una piel verde y escamosa. Era como la piel de un reptil. ¡Era la piel del dragón del libro! Me puse de pie y comencé a gritar desesperado pidiendo ayuda. Pero allí todo estaba igual, hermoso pero solitario, indiferente a mi desesperación.

El cielo seguía la secuencia natural de su curso, las nubes enormes apenas se movían y las flores continuaban bailando a mi alrededor. Caminé titubeante, sin ver hacia dónde iba ni donde pisaba, tropezaba y volvía a levantarme, sin dejar de gritar, intentando alejar aquel brazo infecto lo más lejos de mí. En mi locura comencé a correr, como si de esta manera, aquella cosa que me mortificaba quedase por fin detrás, muy lejos de mí. Pero pronto me di cuenta, de que todo eso era completamente inútil. Allí donde fuera aquello seguiría conmigo. Estaría en mí. Agotado caí rendido en el suelo, en el prado que seguía allí, extendiéndose sin fin.

Cerré los ojos y lloré. Con un dolor tan real que poco tenía que ver con los sueños. Percibí la humedad de mis lágrimas en mis mejillas y la sal en mis labios. Acerqué sin saber muy bien mi brazo herido, cobijándolo sobre mi pecho e instintivamente puse mi mano sana sobre la herida sulfurante. En aquel instante, una sensación nueva me invadió, un calor fresco como el de las brisas que acariciaban la tierra envolvió mi cuerpo cansado. Mi respiración se volvió cada vez más pausada, más profunda y el dolor fue disminuyendo poco a poco hasta desaparecer por completo. No podía tener los párpados abiertos por más que lo intentase, un sopor amable me invadió, hasta que justo antes de caer rendido completamente, dentro del sueño, vi mi brazo sano, resplandeciendo junto con las florecillas amarillas.

Desperté estando muy avanzada la mañana. Mi madre estaba sentada junto a mí, al borde de mi cama. Sonriendo puso la palma de una de sus manos en mi frente y sorprendida me dijo. – ¡Ya no tienes fiebre! – Mientras cogía el libro que aún descansaba sobre mi pecho. Y aún sin saber por qué, asintió y volvió a sonreír, para pronto agregar ” ¡Arriba! ¡Vamos a desayunar!”

A los pocos días de haber tenido aquel sueño, comencé a limpiar y a ordenar una habitación que había en casa llena de bártulos que se habían juntado luego de la última mudanza. Lo que buscaba estaba muy por debajo de aquel desorden. Era el banco de gimnasia, las mancuernas, pesas y barras de mi padre.

En menos de una semana ya estaba montada la habitación de las pesas, como pasamos a llamarla luego. Mi cuerpo comenzó a tonificarse cada vez más,el ejercicio abrió mi apetito y pronto dejé de ser un chico débil a ser una persona con más energía y fuerza. No volví a enfermarme nunca más por el airecito fresco de la costa, es más iba tras él corriendo por la orilla del mar. Nunca más dejé de hacer mi pequeña rutina de gimnasia. Es algo que recomiendo a todos adaptándola a las posibilidades de cada uno, por supuesto. Pero quizás lo que más rescato de aquel sueño que tuve cuando apenas era un niño, fue que los dragones en verdad sí que existen. Pero no son como nos los cuentan. Son mucho más difíciles de identificar ya que no son ni verdes, ni tienen escamas y no echan fuego por sus fauces. Viven en nosotros mismos. Y solo nosotros podemos derrotarlos. Nadie más que nosotros.

 

 


 

¡Al fin hemos subido un texto del escritor de la casa!

Quienes conocen a Cristian saben que es difícil sacarlo de su atelier y exponerse o subir sus escritos en la red. Pero es que la ocasión lo merece.

Hoy se celebra Sant Jordi en Catalunya, nuestro hogar, y cómo es un día atípico no podíamos dejar de animarte a que venzas tu dragón.

¡Me encantaría que me cuentes qué te hizo sentir el texto!

⁣Y si ya tienes tu A’niantacita ilustrada, te ánimo a que la compartas en tus redes sociales y nos etiquetes, así más gente puede llegar hasta nosotros y podremos seguir creando junt@s.

Gracias por hacernos parte parte de tu camino 😉

⁣ Te leo en comentarios

 

8 Comentarios

  • Laura

    Me ha encantado la historia, sobre todo los dos momentos de las transformaciones y el despertar.
    Es tan descriptivo que puedes imaginar a ti mismo en el escenario de la historia.
    Bona Diada 🌹

    • A'nian

      ¡Muchísimas gracias Laura por tus palabras! Se las transmitiré a Cristian, porque seguro le que le anima para seguir compartiendo sus historias. Un abrazo!!!

  • mireia

    Gran experiencus. .Todos tenemos nuestros propios dragones llamados miedo,dudas,limitaciones,creencias errónes.. pero llega un día en el que debemos derrotarlos,enfrentándonos a su fuego y fiereza; ese día renacemos y ya no somos los de antes

    • A'nian

      ¡Sin duda así es MIreia! No puede haber luz sin oscuridad y del mismo modo nosotros para poder brillar debemos enfrentar a nuestros dragones ¡Muchas gracias por tus palabras! Un abrazo 😉

    • Eli

      Me encantó, no pude parar de leer. Me imaginaba cada momento que describía en la historia, cuando despertó, su mamá tocando su frente. Todo Noe, quiero seguir leyéndolos siempre.

      • A'nian

        Le llegó mucho tu mensaje a Cristian! Gracias por tu tiempo en leerla y por tus palabras!!! Seguiremos compartiendo historias 😉 Un abrazo!

  • Ona Raventós Terra

    Els dracs interiors… fableses que són les nostres fortaleses…depèn de com les afrontem….M’ha encantat Cristian, para cuando el próximo? Un abrazo enorme!!!!!

    • A'nian

      Que linda tu respuesta! Esto le da pilas a Cristian para dejar volar su “biblioteca de historias” Gracias por estar siempre!!! Molts petons 😉

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